lunes, 28 de diciembre de 2009

Vivir en malabares







Tengo poco tiempo, pero algo peor, tengo la desesperante sensación de que no lo tengo. Si tuviera mucho, del real y factible, pero tuviera esta sensación, igual me desesperaría. Pienso que tengo que pensar, y ordeno mis prioridades para saber que tengo que ordenarlas mejor, porque no me alcanza. La gente me interrumpe, no respeta mis silencios. Lo emergente obstaculiza lo necesario, y siempre me siento sosteniendo dos grandes pelotas de malabarista, mientras hay dos o tres más en el aire… por Dios que buen ejemplo! Pienso que sólo podemos sostener al 100% de nuestras posibilidades y tiempos dos cosas, tantas como manos tenemos. Más de dos cosas, nos demanda la habilidad circense de poder sostener transitoriamente dos mientras el resto estemos arrojándolas al aire, sabiendo bien donde caerán, para poder sostenerlas un instante, luego de lanzar las que teníamos hasta ese momento. Vivir es hacer malabares, ahora mismo me estoy dando cuenta… pero bueno... quizás mucho de esto la haga más emocionante: ¿Alguna vez viste un malabarista con cara de aburrido? El de los malabares se divierte. Las cosas les salen mal, pero empieza de nuevo. Es perfectible: si practica, probablemente no sea hoy el artista que fue ayer. El ejercicio empieza con una, luego dos, luego tres, y así. Para seguir agregando, necesita poder lanzarlas más alto, para que el circuito pueda completarse. En cambio, ahí está el reacio al riesgo, aterrado por lo nuevo, sosteniendo dos pelotas, no más, viviendo como una fotografía. Me aburre pensarlo. Diría un amigo, cuando veo a alguien pedalear sobre una bicicleta fija, puedo irme y volver al tiempo, y seguramente encontrarlo igual que como lo dejé.

Es una realidad que naturalmente, y en general, las personas no aplaudan la llegada de nuevas pelotas al juego. Cuando éramos adolescentes, era impensado para nosotros no tener dos o tres meses de vacaciones… hacíamos una sola cosa, y nos sentíamos desbordados. Queríamos más descanso, menos esfuerzo y exigencia. En fin… un día eso terminó, y apareció el trabajo (otra pelota). Algunos desde antes, otros después, ya sumaban parejas (van tres), con más probabilidad que ahora de perdurar en el tiempo (y ya era una probabilidad muy baja). Iniciamos carreras universitarias (4), algunos ya tenían hijos en camino, o caminando de su mano (¿5?). Y de pronto, ya estábamos haciendo malabares (podríamos agregar más pelotas, 6, 7, 8…). Algunas pelotas las pedimos, otras nos vinieron de imprevisto, o fruto de malas decisiones también. Algunas se cayeron, y las perdimos…

Y aquí estamos.

Eso que parecía imposible, es posible. No es fácil, pero es aprehensible. Hace desafiantes nuestros días, da sentido al tiempo, el esfuerzo y la espera. Hace de la vida un arte, y una destreza que vale la pena aprender y perfeccionar. Cuando era niño, pensaba como niño, actuaba como niño, pero ahora, bienvenida la madurez, la vida adulta, las responsabilidades y la independencia. Hoy más que nunca en la historia, nuestra cultura nos expone a asumir este desafío de crecer, y nos enseña que los cambios, tan rechazados por la mayoría, pertenecen, no a la excepción, sino a la regla de vivir.

No tengo problema con esto último. Quiero surfear las olas del cambio, cuando vengan. Quisiera que me vuelvas a ver en años, y no veas al mismo. Sí mi esencia, quizás mi corazón, pero no lo que he hecho con eso. Quisiera que me veas más “grande”, no en peso, sino en aprendizaje, en logros, en crecimiento. Habiendo afectado más personas, habiendo superado miedos, habiendo construido una casa, una familia, un futuro. Fundamentalmente, y poniendo todo en orden, habiendo alcanzado aquello para lo cual fui alcanzado yo.

En fin… haber peleado la batalla, corrido la carrera, guardado la fe.

Sin dudas llegará el día en el que no haya más pelotas de colores surcando el cielo, el día en el que allá esté yo.

Pituso Guidin

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